Toda celebración es un reconocimiento a un hecho significativo. Se hace de un modo tal que pueda manifestar la emoción originaria de ese hecho. Para mantener ese sentimiento vivo en las nuevas generaciones se elaboran ritos que tratan de asegurar el sentido originario de la fiesta. Pero hay que tener claro que la función del rito y la tradición es expresar culturalmente una experiencia metalingüística y por tanto trascendente a su expresión formal.
La constatación de las celebraciones actuales evidencian un reduccionismo y una subsumisión de toda expresión al ámbito económico, comercial y finalmente del marketing y la publicidad que nos ofrecen “la mejor manera” de experimentar los sentimientos deseados a través de ciertos consumos de mercaderías y/o servicios.
Esta dinámica reduccionista ha hecho también de la Navidad una oportunidad más para activar las empresas que puedan relacionarse con la satisfacción de las necesidades generadas por la celebración de Navidad. Tenemos así una navidad en donde la renovación de la esperanza en Cristo es desplazada por el anciano de saco rojo que trae regalos y con un poco de suerte le acompaña “el espíritu de la navidad” que es una mezcla de buenos sentimientos y buenas acciones al estilo de Hollywood. Santa Claus o Viejo pascuero se “robo la película” dejando al protagonista a nivel de extra.
En teoría celebramos el paso de Dios a la humanidad en la encarnación de la persona del Hijo. Esta celebración como toda la liturgia cristiana tiene como centro el misterio de la Pascua o de la pasión , muerte y resurrección de Cristo. Es al Hijo eterno del Padre que vive resucitado y a quien esperamos que se manifieste de manera definitiva para marcar el nuevo tiempo del reinado de Dios a quien celebramos.
Tenemos entonces que la navidad está subordinada y encuentra su sentido en la Pascua. Por tanto es un tiempo para acoger en nuestros corazones ese sentimiento de los primeros cristianos de esperanza en un reinado de Dios que implica liberación de la opresión de los reinos terrenos, un espacio de justicia, igualdad en la hermandad de los hijos de Dios y la paz de los que gozan la libertad.
La enajenación en que nos tiene el actual sistema económico se puede contrarrestar en parte desde abajo con acciones locales que dejen “claros de luz” para la conciencia. La Navidad como toda manifestación de fe cristiana debe ser un “claro de luz”y ayudarnos a la liberación de las nuevas cadenas invisibles del sistema, debe renovar nuestras esperanzas en un mundo nuevo en que el despliegue y desarrollo de lo verdaderamente humano sea el horizonte.
Que esta navidad pueda acercarnos más a la comunión fraterna universal donde la marginación quede marginada y podamos hacer sentir a nuestro prójimo que tiene la misma dignidad que nosotros mismos.
Que los niños puedan celebrar a Dios en medio nuestro en los gestos de solidaridad y fraternidad y acogida de los mayores y que se liberen del egoísmo, la envidia y la ansiedad de los regalos del viejo del saco rojo.
Que ese viejo se muera y lo entierren lejos y deje paso al niño en el pesebre.
Que todos los regalos que hagamos puedan reflejar y estén en función de ese gran regalo de Dios a los hombres que es su amor y liberación a través de Cristo.
¡Feliz Navida!
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